Contenido Extra – Comando Viken

tapa del libro para Comando Viken por Grace Goodwin

Whitney, nave Zeus

La ansiedad me tenía perpleja mientras miraba la nada… y todo. El universo. La galaxia. No lo sabía realmente, pero la zona de aterrizaje de transbordadores, donde esperaba junto a Alarr, bullía de actividad mientras todos aguardábamos el regreso de la unidad de operaciones de la Central de Inteligencia. No estaba ansiosa por al equipo que había salido a rastrear a los espías de Colmena en un asteroide del Sector 438, sino por mis compañeros, Oran y Teig. Mi familia.

—El capitán Oran informa que hay tres prisioneros, comandante. —Un gran guerrero de Prillon se oyó a través del gran espacio abierto y la firme mano de Alarr se movió donde se apoyaba en mi cadera como reacción. La calidez de su fuerza estaba en mi espalda mientras esperábamos juntos.

—¿Eso es bueno o malo? —le pregunté, mirando hacia arriba y por encima del hombro.

—Bueno, compañera, es muy, muy bueno, pero también peligroso.

Lo entendí. Tres prisioneros significaba que mis compañeros, Oran y Teig, habían capturado a tres unidades de la Colmena. Me habían dicho que el enemigo siempre se movía de a tres. La Coalición no sabía por qué, al menos de momento. Solo los soldados rasos eran así. Al parecer, los líderes de la Colmena eran criaturas azules, conocidas como unidades Nexus, que no necesitaban un grupo. Eran los únicos de la Colmena que operaban solos.

Tal vez no solos, ya que Alarr me había dicho que creían que las unidades Nexus controlaban al resto. Por eso estábamos aquí, en este pequeño espacio, distinto de los principales sitios de lanzamiento que eran enormes. Este lugar solo podía despachar un puñado de naves más pequeñas. Mis compañeros me habían dicho que había sido construido con aleaciones magnéticas específicas que bloquearían las comunicaciones de la Colmena. Aquí era donde el comandante Zeus hacía traer a los prisioneros en cada misión, y aquí era donde se quedaban hasta que terminaba con ellos. Los confines de la zona estaban rodeados de celdas de prisión y otras habitaciones que no tenía ningún deseo de ver.

En el lado opuesto de la pequeña zona de aterrizaje, el comandante Zeus daba órdenes a un equipo de guerreros de la Coalición, todos de Prillon Prime, y todos varios centímetros más altos que el comandante. No era que se notara, porque su presencia era como una oleada de energía que recorría a todos los presentes. Había oído que era medio humano y vi la diferencia en las líneas ligeramente más suaves de su rostro en comparación con los demás. También medía algo menos de dos metros, cuando la mayoría de los otros los superaban, al menos por un par de centímetros más. Era enorme. Épicamente enorme. Lo poco que le faltaba en altura —y seguía siendo enorme— lo compensaba en rabia. No sabía de dónde provenía la rabia, pero me sentía extrañamente agradecida por su intensidad. Mis compañeros me habían dicho que el último acorazado de este sector, la nave de batalla Varsten, había sido destruida por un ataque sorpresa de la Colmena.

Dudaba que algo pudiera sorprender a este comandante, y por eso le estaba agradecida.

Mis compañeros se habían tomado al pie de la letra mi necesidad de saber la verdad y habían exigido permiso para contarme los detalles de cada misión que se les asignaba. Una parte de mí no quería saber, quería ser como una niña asustada que se acurrucaba con la cabeza bajo las sábanas. Ahora entendía lo que Leah me había dicho, que se conformaba con ser una ignorante en algunas cosas. Pero esa era la antigua yo. La nueva yo, la más fuerte, agradecía el conocimiento, la confianza que mis compañeros depositaban en mí al decirme la verdad. Siempre la verdad, le gustara o no al imbécil del doctor Helion, un guerrero de Prillon con quien podía pasarme la vida sin volverle a hablar. Una sola llamada me había bastado para que me dieran ganas de estrangularle su arrogante cuello por la forma en que se dirigía a mis compañeros, y así se lo hice saber.

El médico se rio de mi indignación. Alarr, Oran y Teig se alegraron de mi «adorable» necesidad de intentar protegerlos.

Había tenido cinco orgasmos esa noche. Esperaba tener más esta noche, después de que mis compañeros volvieran conmigo.

Lo cierto era que, ahora, Oran y Teig estaban con una unidad ReCon conformada por razas varias, la viken, la humana y la everiana, de vuelta de un sector vecino donde se sospechaba que había una súper arma de la Colmena escondida. Alarr no había ido esta vez. Uno de mis compañeros siempre se quedaba conmigo, lo cual hacía que la espera fuera soportable, pero todavía difícil. Me preocupaba. Echaba de menos a mis compañeros. No me sentía completa, a menos que toda mi familia estuviera a salvo y en casa.

Se oyó un ruido fuerte y los equipos en tierra se apresuraron a colocarse en su sitio mientras el transbordador aterrizaba. Los guerreros de Prillon se pusieron en posición fuera de la nave para recibir a los prisioneros de la Colmena. La mano de Alarr pasó de mi cintura a recorrer mi columna vertebral por encima de la bata ajustada, cuyo estilo había llegado a amar. Forrada con algún tipo de piel sintética, era suave y femenina, ajustada en la parte superior pero suelta alrededor de los tobillos al caminar. El atuendo era cálido. El espacio exterior era gélido, pero habiendo crecido en los inviernos de Nueva York, esto no era nada. Sobre todo, con tres galanes maravillosos en la cama junto a mí por las noches.

Echaba de menos el sol y la brisa en la cara. Echaba de menos el olor del océano, pero mis compañeros me prometieron que volveríamos de vacaciones a Viken United cada vez que pudiéramos, lo cual me bastaba. Quería a mis compañeros mucho más de lo que necesitaba la arena entre los dedos de los pies.

La puerta del transbordador se abrió de golpe y contuve la respiración mientras la rampa bajaba. La mano de Alarr se levantó para apoyarse en mi nuca y me recliné en él para reconfortarme. Mis compañeros habían vuelto, pero no sabía si estaban heridos. No lo supe hasta que salieron de la nave. Una vez, Alarr había necesitado pasar varias horas en una cápsula ReGen y yo me había sentado a su lado todo el tiempo, esperando, con el estómago revuelto por las heridas que veía en su pierna. Heridas horribles.

Alarr había salido de esa cápsula especial como un hombre nuevo. Curado. Excitado. Me había tomado allí mismo, en la estación médica, después de lo cual, Oran y Teig sintieron la necesidad de compensar el hecho de haberse quedado fuera de la diversión.

Apenas había dormido durante dos días después de eso, pues mi cuerpo zumbaba con el poder de las semillas. Les había exigido cada toque, cada beso, que cada uno estuviera cerca de mí para compensar el horror de la lesión de Alarr. No había sido una esposa de alguien del ejército ni la esposa de un policía o de un bombero. Esto del peligro era nuevo para mí, pero el sexo del reencuentro era alucinante.

Varios miembros de la unidad ReCon empujaron a los prisioneros de la Colmena por la rampa. El comandante Zeus se acercó al líder —de alguna manera siempre podía saber cuál de los tres era el que mandaba— y rodeó el cuello del soldado de la Colmena con una mano.

—Bienvenido a la nave de batalla Zeus, soldado. —El comandante Zeus apretó el cuello del enemigo y lo levantó en el aire con esa única mano hasta que los pies colgaron debajo de él. Ya lo había visto antes y ya no me sorprendió que el integrante de la Colmena no reaccionara, que se quedara colgado como un saco de patatas, que no dijera nada. No hizo nada. Era como si ya fuera un cadáver.

—¿Bienvenidos? No somos bienvenidos aquí, comandante. —La voz era como de la Colmena, pero diferente a todo lo que había oído antes. El comandante Zeus dejó caer al soldado de la Colmena que sostenía y se giró más rápido de lo que nunca lo había visto moverse para mirar fijamente la fuente de aquella voz.

Alarr levantó el cuello para ver y todo el movimiento de la sala se detuvo.

El integrante de la Colmena que había hablado se adelantó, con las manos atadas, pero con la cabeza erguida. Me quedé boquiabierta. Era una humana. O al menos, lo había sido. Humana y muy hermosa, como una modelo de pasarela recién salida de París. Si no fuera por el brillo plateado de la Colmena que resplandecía bajo su piel, la habría abrazado y me habría emocionado de verla aquí, tan lejos de casa.

Una humana. Una mujer. No actuaba como si fuera de la Colmena. No como uno que había visto antes. Ella era… diferente.

El comandante Zeus también se quedó helado y traté de imaginar su conmoción.

Segundos más tarde, ya no me importaba el drama que se estaba desarrollando con este inesperado enemigo, pues mis compañeros salieron de la nave, sanos, enteros y sonrientes, corriendo hacia mí.

Extendí los brazos y salté hacia ambos, quedé atrapada entre ellos como sabía que sería. Alarr vino detrás de mí y los agarró por el hombro mientras yo les plantaba besos salvajes en las mejillas, los cuellos, los labios. Todo lo que podía alcanzar. 

—¡Estáis en casa. Gracias a Dios, estáis en casa!

—Siempre volveremos a casa contigo, compañera —prometió Oran. Entonces me besó, fuerte y profundamente, dejándome sin aliento.

Cuando pude respirar, me volví hacia Teig y utilicé todos los trucos que me había enseñado para besarlo y dejarlo en el mismo estado.

—Siempre, compañera —confirmó.

Sacudí la cabeza.

—No hagas promesas que no puedas cumplir. Me alegro de que estés de regreso ahora. —No era estúpida. Sabía que mis compañeros eran el equivalente en el espacio exterior a los SEAL de la Marina. Sabía que corrían peligro. Sabía que uno de ellos podía resultar gravemente herido.

La mano de Alarr me frotó el culo por encima del vestido mientras la mano de Oran se retorcía en mi pelo, inmovilizándome.

Así de rápido, mi coño se humedeció, mi piel ardía donde el calor de Alarr se sentía a través del vestido. Teig se inclinó hacia mí, y su aliento caliente se posó en mi mejilla y en mi oreja como un contacto físico.

—No hemos tenido una bienvenida adecuada, compañera.

Y por bienvenida adecuada, sabía que se refería a que los tres me follaran, me abrieran, me hicieran arder. Llenándome con el poder de las semillas hasta que gritara y me desmayara de placer entre ellos.

 —Sí. Sí. Ahora

Oran me sonrió.

—¿Si a qué, Whitney?

Mis ojos se cerraron y se derritieron, quedando sin fuerzas.

—Os quiero, compañeros. Solo sí.

Alarr gruñó y me levantó en brazos. Oran y Teig lo siguieron de cerca mientras me llevaba a nuestros aposentos. Sí. Sí, a la vida. Sí, al amor. Simplemente… sí.