Contenido Extra – La bella y la bestia

QUINN
Tan pronto como regresamos a la Tierra —vale, quizás no tan pronto, pero en cuanto Bahre me dejó salir de la cama después de volver—, cambié mi coche por un todoterreno Jeep. Sin techo ni puertas para que Bahre entrara fácilmente. Eso lo complació y lo sacó a pasear él mismo.
Pero para mí, insistió en un SUV blindado a prueba de balas, con ventanas oscuras y un sistema de seguridad que lo alertaría a él —y a todos sus amigos atlanes— de que estaba en problemas con solo presionar un botón. Cuando se fue a trabajar al Centro de Pruebas del Programa de Novias, condujo el todoterreno y giró en la curva tan rápido que las ruedas chirriaron y dejaron marcas de neumáticos en las calles de nuestro vecindario.
Cuando yo conducía al trabajo, parecía estar en un tanque. Lo cual estaba bien para mí, considerando que podría haber más tipos malos como Lukabo allí afuera. Y cuando estábamos juntos, a Bahre le gustaba consentirme. A lo que me había opuesto, porque oye, sé conducir perfectamente. Pero me encantaba que quisiera cuidar de mí, así que lo dejé. Estábamos en camino a hacerle una entrevista complementaria a el señor Kaur y su cocodrilo del patio trasero, Howard. Y, como siempre, cuando estaba con mi guerrero, no conduje yo. Bahre lo hizo. A todas partes que íbamos.
Agarré la manija por encima de la puerta cuando Bahre hizo que los neumáticos de mi SUV chirriaran al hacer un giro hacia la carretera en rampa.
—El señor Kaur es familiar de la pareja de Braun, Ángela. Es su abuelo.
—Me siento honrado de conocerlo. Braun nos contó la historia. El abuelo de Ángela es un veterano con una pierna cíborg. Braun dijo que el abuelo de su compañera es honorable. Él nos encargó a mí y a los demás cuidar de la familia de Ángela aquí en la Tierra.
—Pensé que se habían ido a la Colonia.
—Solo a visitar a Ángela. Pero no se quedan.
Meditando, miré el cielo azul brillante por la ventana y pensé en todos los mundos que había en la coalición de planetas.
—Me gustaría ir a la Colonia un día y visitarla. Hay muchas novias humanas allí. Eso dijo la guardiana Egara.
Había conocido a la guardiana en nuestro viaje de regreso del lugar en el que no quería volver a pensar jamás. Ella había sido muy amable, hermosa y profesional. Me había caído bien de inmediato. Lástima que tuviera que conocer primero a ese idiota, Luke. Había arruinado totalmente mi experiencia espacial. Además de estar emparejada con los brazaletes de Atlán, estaba legalmente casada con un alienígena. Presentamos la documentación en el tribunal local e hicimos que todo fuera legal en la Tierra. Bahre insistió luego de que la guardiana Egara le contara sobre las leyes de la Tierra. Quería que estuviera protegida en caso de que le pasara algo.
Para ser una bestia gigante y llena de cicatrices, era el guerrero más tierno del universo.
—Me encantaría visitar la Colonia contigo. Hay muchos guerreros allí que matarían para protegerte. Sería un lugar seguro para que explores.
Me reí en voz alta. Por supuesto que esa sería su primera consideración.
—¿Qué hay de Atlán?
Lo consideró, lo que me hizo esconder una sonrisa detrás de la palma de mi mano. Era tan lindo cuando se preocupaba.
—Tendría que hacer algunas llamadas por el comunicador y contratar seguridad. No he estado en casa en muchos años.
—¿Quieres ir a casa?
Me miró, solo por un instante.
—Estoy en casa.
—Voy a saltarte encima apenas regresemos.
Su mirada era intensa.
—Puedo aparcarme.
—No te atrevas. Programé esta visita hace días y si te dejo tocarme, tendré que ir a la casa, y volver a hacer mi cabello y maquillaje.
El profundo estruendo de su risa hizo que sintiera mariposas revoloteando en mi barriga. Tomó mi mano el resto del camino.
—Mostramos al señor Kaur en mi segmento de «Tesoros locales» compartiendo un aperitivo con un cocodrilo que vive en el pantano detrás de su casa.
Se detuvo en una señal de alto y me miró. Algo en mi interior se derritió, otra vez, ante su mirada sensual. Todas sus miradas eran sensuales.
—No sé nada sobre esos cocodrilos —contestó—. ¿Son peligrosos?
—Los pequeños no. —No podía mentirle a mi compañero, pero no quería que se preocupara. Y con él a mi lado, me preguntaba si Howard se atrevería a mostrarse—. Lo sabrás todo sobre ellos ahora. —Levanté una bolsa de carne seca del suelo y la agité en el aire—. Tal vez incluso hagas un nuevo amigo.
Inclinó la cabeza.
—¿Esas son las cosas que les gusta comer a los cocodrilos?
Habíamos hecho una parada en el minimercado y habíamos comprado varios paquetes de carne seca de diferentes sabores.
—Sí. Bueno, en la naturaleza creo que comen conejos, pájaros y otros animales pequeños. Pero el señor Kaur insiste en que a Howard le gusta esto. Así que compré carne seca de res, pavo y carne falsa.
Quería ser una buena invitada y llevarle algo a la visita, pero no tenía idea de si Howard el cocodrilo tenía alguna preferencia.
—Me gustaría probarlo.
Abrí uno de los paquetes, saqué un trozo curtido de carne seca y se lo entregué.
Lo mordió, aunque tuvo que masticar un poco para arrancar un pedazo.
—Tiene un sabor horrible. —dijo, masticando sonoramente—. Es picante. ¿Por qué es tan difícil de comer?
—Es carne seca.
Gruñó y luego terminó el pedazo.
—Con razón los humanos son tan pequeños. Ningún guerrero podría crecer comiendo cosas como esta.
Estaba de acuerdo.
—Es más como un refrigerio, aunque alto en proteínas. Un aperitivo.
Hizo un sonido de indignación y le acaricié su mejilla adorable. Era lindo cuando estaba malhumorado. Y yo estaba estúpida, total y completamente enamorada de mi alienígena.
—La tercera casa a la derecha. Sí, esa.
Señalé la pequeña casa a la que Ángela me había explicado cómo llegar por el comunicador. Desde la Colonia. En nuestra sala de estar.
Eso era algo a lo que sin duda tendría que acostumbrarme. Pero de nuevo, Bahre había insistido y el doctor Helion había estado de acuerdo. Había demasiadas personas malas por ahí para no poder comunicarse con Bahre en un momento dado. Así que ahora tenía un teléfono espacial en mi casa. Lo cual en realidad era bastante genial.
Tocamos el timbre de la casa sin respuesta.
—Ángela dijo que fuéramos por atrás. Si su abuelo está afuera, no oirá la puerta.
Bahre llevaba los paquetes de carne seca y tomó mi mano para guiarme al otro lado de la casa.
—Señor Kaur —llamé.
El hombre mayor se levantó de la silla en el patio y sonrió mientras se acercaba a nosotros.
—Estoy muy contento de que estéis aquí. Howard también lo está.
Señaló al cocodrilo tendido bajo sol en el borde de su jardín, a unos tres pasos de la silla del señor Kaur. Sabía que eran animales que se movían con rapidez, pero si el señor Kaur no tenía miedo, yo tampoco lo tendría. Por supuesto, Bahre no permitiría que me pasara nada a mí ni al abuelo de Ángela. Pero un cocodrilo era sin duda una nueva amenaza para él.
Bahre hizo una reverencia ante él.
—Es un honor, señor.
El señor Kaur se rio.
—Justo como Braun. Adelante, sentaos conmigo y Howard.
—Trajimos aperitivos… para los dos.
Su cara se iluminó cuando vio los refrigerios.
—Excelente.
Regresó a su silla e indicó que nos sentáramos con él alrededor de la mesa de jardín. El sol ardía, y me alegré de llevar un vestido veraniego y sandalias.
Bahre también se alegró, ya que el vestido le daba fácil acceso a mi cuerpo, el cual le gustaba tocar con frecuencia.
Pasamos una hora con el señor Kaur. Bahre se tomó una foto con él y Howard para el turno de noticias de la noche. Nos arrodillamos detrás del cocodrilo y le colocamos las manos sobre la espalda. Al principio estaba aterrorizada, pero Howard ni siquiera levantó la cabeza.
—Él sabe que no somos una amenaza —insistió el señor Kaur, pero dejé que él se pusiera más cerca de las fauces del cocodrilo.
No quería esos dientes cerca de mí.
Tocar la cálida espalda del cocodrilo fue una nueva experiencia. Esperaba que el animal estuviera frío y escamoso. En cambio, Howard se sentía como un pedazo caliente de madera vieja debajo de mi mano.
—Esto es increíble.
—Es un buen chico, ¿verdad Howard?
El señor Kaur le dio palmaditas al cocodrilo como a una mascota y negué con la cabeza, dándole una mirada en nombre de Ángela.
—No hacías eso delante de Ángela, ¿verdad?
La mirada de Kaur era traviesa.
—Howard es inofensivo.
—Vale —acepté, negando con la cabeza.
Bahre todavía se estaba riendo cuando terminamos. Howard no se movió ni un centímetro todo el tiempo que estuvimos allí. Las siestas de los cocodrilos eran, al parecer, un asunto serio.
Cuando regresamos al SUV, le pregunté:
—¿Y bien?
—No me gustaron los dientes de Howard cerca de ti.
Asentí, tratando de contener una sonrisa.
—Creo que estaba a salvo.
—No me gustó tu mano en su cuerpo.
Eso me reír.
—No te preocupes, Bahre, el único depredador que quiero tocar eres tú.
Eso lo hizo gruñir mientras su bestia salía a la superficie solo el tiempo suficiente para hacerme saber que aprobaba mis palabras. A mi bestia le gustaba que la elogiara. Y que la acariciara. Y que la dejara follarme contra la pared con mis tacones altos clavándose en su trasero como aliciente.
Bahre se aclaró la garganta y encendió el coche.
—Tengo que admitirlo, compañera, la vida en la Tierra es interesante. —Deslizó la lengua sobre sus dientes e hizo una mueca—. Y vuestra carne seca es muy picante para mí. Tengo mucha sed y siento fuego en mi estómago.
Me reí.
—La carne seca es un gusto adquirido. Haremos una parada y te conseguiremos un medicamento para la acidez.
Buscó en la guantera y sacó una varita ReGen. Había traído varias de la estación espacial; había dicho que eran un requisito para asegurarse de que estuviera sana en un planeta tan primitivo.
—Esto será suficiente.
La encendió y la agitó sobre su pecho, lo que relajó sus hombros inmediatamente. Después de recuperarse, hizo la varita a un lado y me miró. Su rostro estaba cerca, tan cerca que podría besarlo.
Lo cual hice.
—Vamos a casa, compañera. Estoy listo para que saltes sobre mí, como has dicho.
Al igual que yo.
Mientras nos alejábamos de la entrada del señor Kaur, no pude esperar a llegar a casa.